Y esta vez, ¿podrá sobrevivir el Capitalismo?


No es la primera vez que intelectuales y prensa, haciendo uso de sus habilidades de predicción, anuncian el fin del Capitalismo. ¿Le ha llegado su hora, luego de varios siglos, a este siempre controvertido sistema económico? Ésta parece ser la opinión de Alexander Schubert, economista y politólogo chileno, quien la pasada semana nos brindó un poco de su tiempo y sus ideas. Según él, se aproxima una profunda e inevitable transformación del Estado Capitalista. ¿Y nosotros, le creemos?

Antes de precipitarnos a dar respuesta, hagamos un veloz repaso por la historia del Capitalismo. Se asocia el origen de este sistema productivo con el advenimiento de la Revolución Industrial, que permitió un posterior desarrollo de ciertas relaciones sociales, como la sociedad anónima. A nivel intelectual, uno de los pioneros del Capitalismo es indudablemente Adam Smith, quien, con la metáfora de la mano invisible, mostró cómo los instintos naturales y capacidades de hombres libres permiten el cambio y progreso de las sociedades. La maravilla del mercado autorregulado, según Smith, es generada nada menos que por nuestro egoísmo. Desafortunadamente, el asunto no era así de sencillo. Con el tiempo, se pudo comprobar que el mercado por sí solo no era tan maravilloso, al menos no para todos. El sistema coexistía con pobreza y explotación laboral, creando grandes desigualdades sociales.

Entonces entra al escenario Karl Marx y anuncia: “La producción capitalista crea, con la inexorabilidad de una ley natural, su propia negación.” Y con ello profetiza la destrucción del sistema. Pues bien, el Capitalismo entró en crisis más de una vez… y salió de ellas. Una de las más profundas ocurrió en la década de 1930 con la Gran Depresión. Aquí resalta la figura de John M. Keynes, quien insistió en la intervención del gobierno a través de un incremento del gasto para reactivar la economía. Mucho se han criticado las teorías de este economista; lo cierto es que desde entonces, los gobiernos son bienvenidos a intervenir en las economías de sus países. Evidentemente, se han ido desarrollando una extensa gama de formas de intervención que incluye legislación e instituciones regulatorias; que, sin embargo siempre ha dejado lugar para la discreción de los agentes económicos, en grado creciente en los últimos años.


Pero el Capitalismo de hoy tiene una cara distinta a la de sus inicios. La proliferación de sociedades anónimas -y la posibilidad de dividir la propiedad por acciones- permitió la aparición del capital ficticio, o capital virtual, como lo llama Schubert. En contraposición al capital productivo o real, por ejemplo una máquina, el capital ficticio se representa en títulos de propiedad sobre ese capital productivo, como las acciones, bonos, etc. Estos títulos se transan en un mercado distinto, dando la apariencia de que el capital existe dos veces. En este mercado muy particular, los activos financieros se valoran de manera independiente a su contrapartida real, en principio, en función a la promesa de rentabilidad de los activos productivos que representan. Sin embargo, la época en que el valor de una acción estaba basado en el dividendo que pagaba ha pasado. Hoy importan los estados financieros de las empresas, indicador que ha probado ser muy incierto. Ello ha permitido el incremento de transacciones especulativas, generándose una impresionante acumulación de riqueza. El volumen de transacciones en el mercado de capitales, y más aún en el mercado de derivados, supera grandemente el producto mundial.

Tanta riqueza no debería sonar mal. El problema está en que estos activos financieros son símbolos, y como tales su valor depende de la confianza que se tenga en su correspondencia con el capital real. Si esta confianza se pierde, los activos dejan de ser comercializables y su valor se va en picada. Pero este fenómeno no es reciente. Podríamos remontarnos a la Holanda del siglo XVII y el ejemplo de burbuja especulativa de los tulipanes. Esta flor de colores tan variados y llamativos empezó a ser crecientemente apreciada por la sociedad europea de la época. Como consecuencia, su precio subió de manera exorbitante, formándose un activo y lucrativo mercado de bulbos de tulipán. Empero, unos años después, algunos comerciantes empezaron a detectar que la moda de los tulipanes, como suele ocurrir, iba finalizando. Decidieron que lo mejor era vender y salir pronto. Como el pánico es más contagioso que cualquier resfrío, explotó la burbuja y el valor de la bella flor se fue por el inodoro, junto con muchos vendedores y compradores.

Da la impresión que la novela se repite una vez más. Hay, no obstante, una diferencia, según señaló Hyman Minsky hace algunas décadas. Las burbujas de hoy no son más que el resultado de un problema estructural del sistema capitalista actual. El verdadero culpable sería, según este economista, la excesiva confianza capitalista de que los mercados pueden manejar el riesgo, trasladándolo a aquéllos mejor preparados para soportarlo y de que las fuerzas de mercado pueden disciplinar la toma de decisiones. Es así que los últimos capítulos de la novela de Wall Street han demostrado que el riesgo no fue adecuadamente gestionado; gran parte de éste fue a parar a inversionistas institucionales por medio de la compra activos como los relacionados con las hipotecas subprime, que ni siquiera estuvieron a la altura que los tulipanes tuvieron antaño.

Citando la franqueza con que hace algunos años se expresó Alan Greenspan, entonces presidente de la FED, “¡El capitalismo no está funcionando! Ha habido una corrupción del sistema capitalista”. Y volviendo a la pregunta que planteé al inicio, ¿cómo hacemos? ¿Es mejor remendar el modelo porque aún está bueno o de plano desecharlo porque el pobre ya no da para más? (Felizmente la globalización quitó la posibilidad de regalárselo a los pobres). En realidad no importa mucho lo que yo pueda pensar, no trabajo en el gobierno de un país influyente y no tengo dinero para invertir en bolsa. Pero, por lo pronto, lo que estos agentes en EE.UU. están haciendo es pedir a sus contribuyentes y a las empresas que no cotizan, que inviertan en los bancos que han tocado fondo, ciertamente una propuesta no muy feliz. Se avizora además mayor regulación y transparencia contable. Habrá que sincerar balances, dice Schubert, no sólo de bancos, sino de todo tipo de empresas. “¿Y qué pasará después Sr. Schubert?” “No sé” La buena noticia, dice, es que entramos a una época atractiva para quienes quieren pensar. Sí pues, pero para nadie más.

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